Corría el año mil novecientos noventa y
cuatro, cuando fondeados frente al palacio de “Dolmabahce”, en Estambul,
bajamos en un paquebote a dar un paseo por esa gran ciudad. Al arribar al
muelle, un niño de apenas siete años, cuyo nombre ya no recuerdo, se ofreció a
hacernos de intérprete, por lo que a nosotros nos pareció un mísero jornal. Recorrimos
la ciudad y nos maravillamos viendo las mezquitas de Santa Sofía y Blue
Mosquet, nos recorrió un escalofrío al penetrar en las intrincadas entrañas del
Gran Bazar, y nos embebimos de los aromas y sabores del bazar de las Especias,
allá donde cruzando el Bósforo, se parte Turquía en dos continentes…. Y fue
allí, en el bazar de las especies, donde una mujer ataviada de negro se nos
acercó y extendió la mano. En la otra, una criatura de pocos días. Era las seis
de la tarde y la noche amenazaba con entrar en escena, así pues cada uno, en un
intento de sacárnosla de encima empezamos a darle puñados de billetes…. Millones
y millones de liras turcas, que a nosotros, nuevamente, se nos antojó
calderilla. Ella nos ofreció el niño, en un gesto, que nosotros tomamos como de un voto de confianza, como una gracia,
el sostener una criaturilla, la criaturilla a la cual acabábamos de subvencionar
cuando menos una opípara cena… Ella, la mamá, salió corriendo…. (La historia
continúa pero en fin…. Eso será otro día, lo que si os puedo decir es que al
final, devolvimos a la niña).
En ocasiones pienso, en todos esos niños que
desaparecen. Así, tan gratuitamente, o cambio de una calderilla. Como las criaturitas
de Córdoba Ruth y José, o la niña británica de Portugal que fuera un fenómeno
mediático, Madeleine MacCann o Yeremí Vargas. Y me recorre un escalofrío por la
espalda, que es como un calambrazo que me rompe en dos. Entonces empapado en
sudor miro hacia mis hijos y rezo… porque yo rezo…. Y le pido a Dios que no les
pase lo mismo. También, le pido que nunca tengan que ser un pequeño buscavidas
como nuestro púber cicerone de Estambul.
Los niños necesitan alegría, calor, cariño,
confianza… necesitan subirse a los columpios y caerse de narices, y llorar,
llorar mucho con rabietas y golpes tontos, con raspones en las rodillas y los
codos, oliendo a goma de borrar, a mina de lápiz y piel de naranja. Los niños
tienen que correr, saltar, bailar y sobre todo soñar. Tienen que arrugar sus
pequeñas naricillas pecosas, y poner ese rostro de pequeños ladronzuelos de
besos y caricias.
Jamás debe sufrir…
Por eso, siendo el estado el papá y la mamá
de todos, ha decidido que esa traviesa niña, que llaman BANKIA, seguramente por
influencia de alguna telenovela sudamericana de las sobremesas, ha decidido,
les decía ejercer su paterno papel. Se ha caído con todo el petate en el jardín
de infancia donde juega con sus amiguitas más pudientes BBVA y BANCO SANTANDER,
y con las hijas de sus compañeros de trabajo como NOVACAIXAGALICIA; y la ha
tomado en su regazo, la ha acariciado con una “severa” dulzura, y por último
para que no le salga un chichón en la frente, le dará una moneda de “cincuenta”
pesetas…. (al cambio Diez mil millones de euros), que así no se hincha… que las
penas, al fin y al cabo, con pan son menos…
como siempre , chapó !!
ResponderEliminarCoincido con el comentario anterior.
ResponderEliminarAdemás ya lo dice el refrán "dame pan, y dime tonto"...
Como decía la meretriz en el burdel: joder jodían pero por joder no lo hacían....
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